Leila de Lima está sentada a la mesa con algunos de sus aliados políticos en una sala de conferencias de su hotel de Manila. Dos asistentes masculinos hacen guardia fuera de la habitación; piden que no se mencione el nombre del hotel. “Así es mi vida ahora”, dice de Lima, defensora de los derechos humanos y miembro del Senado filipino. “Se ha vuelto una pesadilla, pero me estoy acostumbrando”.
Desde el 20 de septiembre, cuando divulgaron su dirección y teléfono celular durante una audiencia congresista, de Lima se ha mudado con frecuencia, viviendo con parientes y amigos. Ha recibido amenazas de muerte y ahora teme pasar la noche en su propia casa. Ex directora de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y secretaria de Justicia de la administración anterior, de Lima tomó una función nueva en agosto, convirtiéndose en blanco: es, posiblemente, la crítica más vocal –y de mayor rango- en el país del presidente Rodrigo Duterte y su campaña despiadada contra los traficantes y usuarios de drogas. “Duterte está usándome como ejemplo para cualquiera que se atreva a oponérsele o hablar en su contra”, afirma de Lima
Desde que Duterte asumió el cargo, el 30 de junio, ha cumplido su promesa de combatir agresivamente las drogas. En sus primeros 100 días, cerca de 3,400 filipinos fueron muertos a tiros en operaciones policiacas o ejecuciones tipo vigilante. La represión ha provocado indignación en el exterior: políticos y funcionarios estadounidenses, de ONU y Europa han fustigado al dirigente filipino. Duterte respondió con ira, diciendo al presidente Barack Obama que podía “irse al diablo” y amenazando con romper los prolongados lazos militares con Washington, al tiempo que proponía nuevas alianzas comerciales, e incluso acuerdos de armas, a Beijing y Moscú.
La mayoría de los críticos filipinos están demasiado intimidados para manifestarse, en parte debido a que la represión de Duterte ha disparado su popularidad. La primera vez que de Lima se opuso a Duterte, públicamente, fue en agosto cuando, como presidenta del Comité de Justicia del Senado, convocó audiencias para investigar las matanzas. La pesquisa llevó a Duterte a describirla como “inmoral” y “adúltera”. Incluso sugirió que la senadora debía ahorcarse.
El conflicto se intensificó en septiembre cuando un sicario confeso, llamado Edgar Matobato, compareció en las audiencias y afirmó que escuadrones de muerte habían asesinado usuarios de drogas por órdenes de Duterte cuando este era alcalde de Ciudad Dávao. Matobato agregó que el propio Duterte mató a un investigador federal con una ametralladora. El presidente y varios jefes de policía han negado las acusaciones, y durante el contrainterrogatorio surgieron inconsistencias en el testimonio de Matobato.
No obstante, después de la declaración de Matobato, de Lima enfrentó cada vez más ataques. Una alianza política, encabezada por Manny Pacquiao –superestrella del boxeo convertido en senador, en mayo- la expulsó de la presidencia del comité, y entonces comenzó a recibir amenazas de muerte. A fines de septiembre, los leales de Duterte en la cámara baja amenazaron con proyectar una grabación sexual en la que presuntamente aparecía de Lima (divorciada desde 2007) con su chófer casado. Los legisladores argumentaron también que dicho empleado cobraba sobornos a capos encarcelados y los entregaba a de Lima mientras fue secretaria de Justicia. “De lima no solo está jodiendo con el chófer; también está jodiendo a la nación”, proclamó Duterte, añadiendo que la senadora tenía “propensión al sexo” y que él pierde el apetito cada vez que mira la grabación sexual. Lo que no explica es por qué ha visto el video más de una vez.
De Lima dice que no sabe si aparece en la grabación sexual o si siquiera existe. Acepta tener una relación con el chófer, pero insiste en que es un asunto privado. “Duterte quiere destruirme a toda costa”, dice a Newsweek. “Es ridículo y surrealista encontrarme hablando de un video sexual y de alegatos completamente falsos sobre drogas”.
Hace poco, los legisladores abandonaron su proyecto de exhibir la grabación, y algunos han expresado dudas de que de Lima aparezca en ella. Y al utilizar esos alegatos para atacar a de Lima, Duterte se arriesga a ahuyentar a votantes potencialmente importantes: las mujeres. El 4 de octubre, el Senado aprobó una resolución presentada por senadoras de distintos partidos, quienes denunciaron el plan de exhibir la cinta, calificándolo de una estrategia de “slut-shaming” (tildar de prostituta). El hashtag #EveryWoman hizo tendencia en Twitter y Facebook, donde se dice que hubo mujeres que escribieron: “Quisiera testificar en el Congreso. La del video sexual era yo”.
“La forma como fue tratada por Duterte es típica del tratamiento que reciben las mujeres por parte de los hombres en Filipinas”, acusa Jozy Acosta-Nísperos, fundadora del grupo Facebook anti-Duterte, Silent Majority. “Pero se metió con la mujer equivocada”.
Duterte ya ha hecho otros comentarios hostiles e inapropiados sobre las mujeres: durante su campaña, se burló de la violación de una misionera australiana asesinada; un comentario ampliamente condenado fuera de Filipinas, pero que, dentro del país, fue descartado en buena medida con el argumento “así es Duterte”.
Aunque reconocen su sexismo flagrante, algunos críticos femeninos dicen que Duterte ha ayudado a las mujeres. Katrina Stuart Santiago, columnista mediática que escribe un blog bajo el seudónimo “Radikal Chic”, señala que el mandatario introdujo estatutos contra la discriminación en Dávao y que, en esa ciudad, las mujeres no sufren el mismo nivel de acoso callejero que padecen en otras urbes del país.
Algunos grupos feministas también han celebrado el nombramiento de mujeres en posiciones gubernamentales de responsabilidad; pero pocos defendieron a de Lima hasta que se empezó a hablar de la grabación sexual. Aunque desde la caída de Ferdinand Marcos, en 1986, dos de los seis presidentes han sido mujeres, los temas femeninos suelen ocupar un nivel muy bajo en la agenda política.
De Lima conoce el riesgo de seguir criticando a Duterte, pero se siente obligada a continuar con su campaña. “Me horroriza ese ataque enfocado en los pobres, en los indefensos, en los traficantes de poca monta que venden drogas para saciar sus adicciones”, dice. “¿Qué tipo de guerra esa?”.
Duterte parece en extremo confiado, pero en un país con una historia política tan volátil, hasta hombres poderosos, como Marcos -quien huyó a Hawái en 1986, entre protestas masivas- pueden verse despojados del poder repentinamente. Entre tanto, de Lima está decidida a no dar marcha atrás. “Cuanto más me atacan, más me alientan”, asegura. “Si Duterte piensa que puede quebrantarme el ánimo, está completamente equivocado”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek