¿Qué hará Trump cuando pierda las elecciones de EE.UU.?

Hace poco recibí una llamada de un
analista político de Washington D.C. “Trump cae como una piedra”, dijo, de
manera convincente. “Después del día de las elecciones, será cosa del pasado”.

Pienso que Trump perderá la elección,
pero dudo que vaya a ser “cosa del pasado.”

Los candidatos presidenciales
derrotados generalmente desaparecen de la vista pública. Pensemos en Mitt
Romney o en Michael Dukakis.

Pero Donald Trump no desaparecerá.
Trump necesita la atención tanto como la gente normal necesita comer.

Para empezar, pondrá en duda los
resultados de las elecciones. Ya ha advertido a sus seguidores que “Es mejor
que tengamos cuidado, porque estas elecciones estarán arregladas, y espero que
los republicanos observen atentamente, o nos las van a quitar de las manos”.

En su primer anuncio de campaña,
emitido la semana pasada, presenta una imagen de una casilla de votación con la
palabra “amañada” parpadeando en pantalla, menos de dos segundos
después del inicio del anuncio.

Trump no tendrá ninguna base legal en
la que apoyarse; esta elección no será tan reñida como la de 2000, pero su
objetivo no será ganar en la corte. Será mostrar suficientes dudas acerca de la
legitimidad de la elección de Hillary Clinton como para poder seguir alimentando
la paranoia en la derecha.

En una encuesta realizada recientemente
por el Pew Research Center se muestra que, incluso ahora, 51 por ciento de los
partidarios de Trump tienen poca o ninguna confianza en la exactitud del
recuento de votos a escala nacional. Esto constituye un enorme cambio en
comparación con los partidarios de los nominados republicanos derrotados en
2004 y 2008.

También se informa que Trump considera
la posibilidad de poner en marcha su propia red de medios de comunicación. Ya
ha contratado a dos de los más infames promotores de la derecha: Roger Ailes,
fundador y ex director ejecutivo de Fox News, y Stephen Bannon, el pugilístico
exdirector de Breitbart News, que se adaptarán a tal empresa como los caimanes
se adaptan al lodo.

Según una fuente, la justificación de Trump
es que “gane o pierda, estamos en algo. Hemos desatado a una base de la población
que no había tenido una voz durante mucho tiempo”.

Sí que la han desatado. Muchos de ellos
ya estaban furiosos y eran fanáticos antes de su campaña, por lo que los
partidarios de Trump sólo se han vuelto más furiosos y fanáticos bajo su tutela.

El veneno incluso ha penetrado en los
niños de Estados Unidos. En una encuesta realizada por el Centro Legal del Sur
para la Pobreza, realizada entre 2000 maestros de escuela, se encontró que la
campaña de Trump ha producido un “nivel alarmante de miedo y ansiedad entre los
niños de color” y que ha encendido las tensiones raciales y étnicas en el aula.

“Los maestros han observado un
incremento en el bullying, el acoso escolar y la intimidación de estudiantes
cuyas razas, religiones o nacionalidades han sido blanco de ataques verbales… en
la ruta de campaña”.

Las ansiedades con mayores
probabilidades de permanecer después de Trump son las de tipo económico, que sirvieron
tan bien al candidato. La globalización y el desplazo tecnológico continuarán
desgarrando las bases de la mitad inferior de la población, preparando el
camino para algún otro demagogo.

El verdadero problema no es la
globalización ni el cambio tecnológico por sí mismos, sino que los intereses
monetarios de Estados Unidos no financiarán las políticas necesarias para
revertir sus consecuencias, como una educación de primera clase para todos los
jóvenes de la nación, subsidios a los salarios que hagan que todos los
trabajadores obtengan ingresos con los que puedan vivir, un enorme programa de
trabajos “ecológicos” y un ingreso básico universal.

Clinton no ha propuesto nada que se
acerque ni remotamente a esta magnitud, y los republicanos de la Cámara (que casi
seguramente permanecerán en el poder) tampoco se alinearán con ello.

Después de Trump, parece probable que
nuestra política permanezca tan polarizada como antes, pero menos dividida
entre la izquierda y la derecha tradicionales que entre el orden establecido y
aquellos que se oponen al mismo.

Trump dejara al Partido Republicano
profundamente dividido entre su clase donadora corporativa y su clase
trabajadora. Clinton presidiera un partido dividido sólo un poco menos
dramáticamente entre su propia clase donadora y una base progresista que se
hace oír cada vez más.

Lo anterior plantea una situación
intrigante, aunque poco probable. ¿Qué pasaría si los populistas autoritarios
de Trump se unen con los populistas progresistas para formar un tercer partido
contrario al orden establecido y dedicado a obtener grandes ingresos monetarios
de la política estadounidense?

La combinación podría convertirse en
una fuerza invencible que puede arrebatar la economía y la democracia de manos
de los intereses monetarios.

No es algo imposible. Este ha sido el
año de elecciones más extraño de la historia moderna, en parte debido a que un
gran sector de los estadounidenses (demócratas, republicanos e independientes)
han concluido que el sistema está amañado a favor de los privilegiados y de los
poderosos.

El Trumpismo continuará aún después de
que Trump pierda. La pregunta abierta es si podremos sacar algo bueno de todo este desastre.

Robert Reich es catedrático rector de
política pública de la Universidad de California en Berkeley y miembro de alto
rango del Centro Blum para las Economías en Desarrollo. Fue Secretario del
Trabajo en el gobierno de Clinton y la revistaTime lo nombró uno de los 10 Secretarios de Gabinete más eficaces del siglo
XX. Ha escrito 14 libros, entre ellos, los éxitos Aftershock, The Work of
Nations (El trabajo de las naciones),Beyond Outrage (Más allá de la indignación), y más recientemente,Saving
Capitalism (Salvar al capitalismo).
También es editor fundador de la revistaThe American Prospect, presidente de Causa Común, miembro de la
Academia Estadounidense de Artes y Ciencias y cocreador del documental
galardonadoInequality for All
(Desigualdad para todos).