Dormir mal, un asunto de cantidad de horas y de
calidad de sueño –donde interviene el silencio–, es igual que acumular un
montón de enfermedades, grandes cuotas de mal humor y una fuerte dosis de bajo
desempeño, por lo menos. Estudios científicos han mostrado que prácticamente no
hay nada tan dañino para la salud en general como descuidar el tiempo y la
calidad del sueño.
La tendencia general es la que prioriza el
dinero sobre la salud; confiar en que el dinero lo resuelve todo, y entonces se
legitima dormir poco –o cualquier actividad– para ganar más dinero. Hace
algunos años limitar las horas de sueño era considerado un signo de éxito y
admiración; equivalía a que el individuo estaba muy ocupado, era importante y
estaba convirtiendo el tiempo en dinero. En ambientes urbanos competitivos,
como en Tokio, se practica el inemuri, o dormir en el trabajo (a medias), y se
celebra porque significa que la persona está entregada a su labor y siempre
disponible.
El sistema económico que prevalece, impulsa –u
obliga– a la gente a ser más y más productiva; se atiborran los espacios con
objetos ruidosos, de tecnología que altera los ciclos naturales.
El juego es perverso: se orilla a los individuos
a llevar una rutina de estrés y alta presión –sin muchas horas disponibles para
descansar, y menos todavía para dormir– en aras de alcanzar un objetivo; tener
más cosas, ser exitoso, y luego se le vende el acto de dormir como un producto
de lujo.
La calidad del sueño se encuentra estrechamente
vinculada con el silencio; un privilegio reservado para los ricos que viven en barrios
tranquilos, o para aquellos dispuestos a abandonar las ciudades y las sociedades
modernas, llevar un devenir modesto, aislado, sorteando otro tipo de
inconvenientes.
Dormir bien, pues, se ha convertido en un anhelo
que cuesta caro, y ya varias empresas y personalidades comienzan a
capitalizarlo. La fundadora del Huffington
Post, Arianna Huffington, publicó hace poco el libro The Sleep Revolution, abanderando las ocho
horas de sueño diario.
The Guardian señala que empieza a darse un boom de productos
y servicios relacionados con el sueño, en todos sentidos. Por ejemplo, YeloSpa –un
espacio que pregona la ayuda para relajarse y sanar las presiones de la vida
moderna– cobra a los ajetreados ciudadanos de las ciudades a razón de un dólar
por minuto de sueño.
Se abren cada vez más retiros de sueño, en los
que se pagan hasta mil dólares por un par de días de terapia. O populares
salones de siesta, como antes había salones de belleza. Abundan las
innovaciones en colchones y camas a las que ahora se les llaman “performance
bedding”; tecnología del descanso orientada a mejorar el rendimiento de los
individuos.
La mercadotécnica del silencio no se queda
atrás; Finlandia se promueve en el universo de los turistas como un lugar donde
el silencio todavía existe. Hace hincapié en que los lugares ruidosos se
correlacionan con todo tipo de enfermedades, dese alta presión arterial a mayor
propensión a la esquizofrenia y otras padecimientos mentales.
Dormir bien no se trata entonces solamente de
tener tiempo para hacerlo, se requiere de un lugar adecuado en un entorno
amable, y con el cuerpo y la mente dispuestos a dejarse llevar; es decir, sin
preocupaciones rondando, ni achaques, ya no se diga hambre, o miedo, o sed.