Violencia en EEUU, consecuencia de la “retórica incendiaria”

Hay un sonido
familiar en el aire: un murmullo cargado y furioso. Los líderes se reúnen en
las orillas de un Rubicán que nadie puede ver pero que todos pueden sentir. El
lenguaje se vuelve evasivo. El significado se esconde detrás de velos, dejando
una impresión duradera de que es irresistible precisamente debido a que no
podemos precisarlo.

La charla gira
hacia unas elecciones arregladas y policías racistas, el derecho a portar armas
y a votar, a nosotros y a ellos. “Alguien tiene que hacer algo”. Pero cuando alguien lo hace, los velos desaparecen. Los voceros, que alguna vez fueron
seductoramente imprecisos, se convierten en bloques de granito de sensibilidad
ofendida.

Puedo sentir el
sonido en el aire, tan familiar y tan rápidamente olvidado, y preguntarme,
¿quién es responsable de la violencia?

Sabemos aquello
que se supone que debemos decir. La Primera Enmienda es un derecho de
inestimable valor para una sociedad libre, el cual nos fue otorgado por los
Fundadores de esta nación. El hombre que confunda la libertad de expresión con el
llamado a la violencia no tiene a quien culpar más que a sí mismo. Sin embargo,
esto me parece hipócrita, un acto de cobardía inexcusable. Aquellos que llaman
a la violencia, sean de derecha o de izquierda, son responsables de ella.

Me molesta lo
rápido que olvidamos. Hemos estado aquí antes, y la soslayada invitación de
Donald Trump a “las personas de la Segunda Enmienda” no es nada nuevo. A
principios de enero de 2011, una multitud se congregó en el estacionamiento de
una tienda de abarrotes en las afueras de Tucson, Arizona, cuando la
representante demócrata Gabrielle Giffords dirigía una asamblea constituyente
denominada “El Congreso en tu esquina”.

Conforme se
desarrollaba el evento, un joven llamado Jared Loughner logró escurrirse hasta
llegar junto a Giffords, sacó una pistola y le disparó en la cabeza. Después,
dirigió el arma hacia la multitud, matando a seis personas, entre ellas, un
juez federal y una niña de nueve años, e hiriendo a más de una docena de
personas más.

Entonces, como
ahora, el tiroteo a Giffords tuvo lugar en una atmósfera hipercargada de
partidarismo político, y muchas personas se preguntaban si un entorno
penetrante de retórica violenta pudo haber motivado la ira de Loughner.

La atención se
centró en Sarah Palin, la ex candidata republicana para la vicepresidencia, que
había pronunciado un discurso de recaudación de fondos en marzo de 2010
utilizando puntos de mira de rifles para marcar los distritos en los que
esperaba que un republicano lograría derrotar a un demócrata, entre los que
estaba el distrito de la representante Giffords, y había alentado a sus
partidarios con frases como Don’t
retreat. Reload! (No te eches atrás. ¡Carga tu arma!)

Es posible que Palin
haya atraído la mayor parte de la atención, pero difícilmente fue la más
irresponsable. Durante semanas, comentaristas conservadores habían llenado la
plaza pública con imágenes y un lenguaje aún más incendiarios, lo que hizo que Clarence
Dupnik, alguacil de Tucson, condenara, tras el tiroteo, “la virulenta retórica
que oímos un día sí y el otro también, por parte de las personas que trabajan
en la radio y de algunas que trabajan en la televisión”.

Sin embargo, Palin,
debido a su visibilidad, sin duda se hizo acreedora a la mayor condena. Un
encabezado del Daily News de Nueva York
sentenció que “la sangre de la congresista Giffords” estaba en sus manos.

Los
conservadores denunciaron estos ataques con el lenguaje que todos hemos sido
condicionados a repetir. ¿Qué pasó con la libertad de expresión y a la Primera
Enmienda? ¿Qué pasó con la responsabilidad individual?

Los criminales
son responsables de su propia conducta, y sólo un liberal le retiraría la culpa
de esta tragedia a Loughner, que claramente es un enfermo mental. En una
declaración publicada en su página de Facebook titulada “La fortaleza duradera
de Estados Unidos”, Palin negó tener cualquier responsabilidad por las acciones
de Loughner, desestimándolo como “un solo hombre malvado” y “un pistolero
desquiciado”.

La insistencia
talismánica en la responsabilidad individual es irónica, dado que Palin y sus
enfurecidos semejantes niegan la responsabilidad de la violencia que ellos
convocan. En su mundo, aparentemente la responsabilidad no puede ser compartida.

Sin embargo, en
tanto asumamos una visión amplia, también debemos apuntar un dedo acusador a la
izquierda. Al contemplar el inexcusable asesinato de oficiales de policía en Baton
Rouge, Louisiana, y Dallas, debemos recordar otro tiroteo ocurrido hace más de
18 meses. El 20 de diciembre de 2014, Ismaaiyl Brinsley se dirigió hacia un
auto patrulla en Brooklyn y mató a dos oficiales de policía de Nueva York, Wenjian
Liu y Rafael Ramos.

Entonces, como
ahora, algunas personas se preguntaban si Brinsley había sido impulsado por la
violenta retórica que surgió tras la muerte de Michael Brown en Ferguson,
Missouri, y Eric Garner en Staten Island, Nueva York. Parte de este lenguaje
fue inexcusablemente incendiario.

Sin embargo,
esta vez, las acusaciones provinieron de la derecha. Los conservadores culparon
a los manifestantes y a los políticos de izquierda por generar un entorno en el
que se excusaba y se fomentaba la violencia contra la aplicación de la ley.

De nueva
cuenta, la izquierda hizo su mayor esfuerzo para distanciarse de la carnicería
de Brinsley. Señalaron que, al igual que Loughner, aquel era evidentemente
inestable, como si el hecho de señalarlo fuera suficiente para excusar llamados
previos a la violencia. Además, se preguntaban, ¿qué ocurrió con la Primera
Enmienda y con la libertad de expresión? ¿Qué pasó con la responsabilidad
individual? Al igual que la derecha, algunos miembros de la izquierda
aparentemente piensan que la responsabilidad no puede compartirse.

¿Por qué las
personas se rehúsan a aceptar que la violencia es una consecuencia predecible,
aunque involuntaria, de la retórica incendiaria y de denuncia? En un número
desconocido pero absolutamente predecible de casos, los llamados a la
violencia, sin importar lo velados o lo ligeramente disfrazados que estén,
llevarán a las personas a comportarse violentamente. ¿Por qué las personas no
enfrentan esta verdad evidente?

Desconozco la
respuesta a esta pregunta, pero ha dejado de importarme. Ya sea que se trate de
un hombre blanco detrás de un podio en Wilmington, Carolina del Norte, o de un
furioso hombre negro detrás de un megáfono en Wilmington, Delaware, si una
persona llama a la violencia, entonces esa persona es responsable de ella. Es
moralmente responsable del daño que llegue a producirse.

Y no me acusen
de tratar de silenciar las críticas legítimas. He pasado la mayor parte de una
larga carrera legal y académica atacando la desigualdad legal y la quiebra
moral del sistema de justicia penal y del estado de la seguridad nacional.
Algunos casos pueden ser más difíciles que otros, pero todas las personas,
excepto las que se mantienen voluntariamente ignorantes, reconocen la diferencia
entre la exigencia de un cambio, e incluso una transformación radical, y el
llamado a las armas.

Para aquellos
de ustedes que protestan contra los muchos errores de este mundo, es posible
que su ira esté justificada y que su causa sea justa, pero su llamado a la
violencia no lo es. Y no nos equivoquemos: se trata de su violencia, independientemente de quién sea
la persona que jale el gatillo.

Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek

Este artículo apareció por primera vez en el sitio de Veredict