Un pequeño y diminuto escándalo

AH, EL VERANO…días largos, calor abrasador, zambullidas frescas en la alberca. Y el burkini. Sí, el burkini —una palabra compuesta por “burka”, una prenda similar a una toga popular entre las mujeres musulmanas, y “bikini”, un traje de baño de dos piezas que apareció por primera vez hace 70 años.

Como su predecesor, el burkini es un traje de dos piezas para mujeres. Pero al contrario del bikini, que escandalizó por enseñar demasiada piel cuando apareció por primera vez, en 1946, el burkini consiste de un top de mangas largas y pantalones de pierna completa que cubre todo el cuerpo, excepto las manos, la cara y los pies.

Aun cuando el cociente de piel de los dos trajes de baño no podría estar en extremos más alejados del espectro, ambos permiten a las mujeres decidir cuánta piel quieren enseñar. Y ambos trajes de baño recibieron reacciones similarmente fuertes: furia, burlas y prohibiciones.

Pero el burkini, como su primo otrora escandaloso, está cobrando fuerza en una amplia muestra representativa de mujeres, no solo musulmanas, sino también mujeres de otros credos religiosos, así como aquellas que simplemente desean evitar una quemadura de sol o las miradas lujuriosas de los paseantes.

El minorista británico Marks & Spencer, que este año se unió a la corriente con una línea de burkinis en dos tonos —azul y negro—, dice a Newsweek que ya agotó sus existencias. La portavoz Emily Dimmock dice que el minorista los vende “en muchos de los 58 países en los que opera, incluidos Oriente Medio, China y Hong Kong”.

Sin embargo, la popularidad del burkini no ha impedido que muchos objeten sobre bases que van desde la violación a la libertad personal hasta la irresponsabilidad social y la higiene. A principios de julio, la ciudad austriaca de Hainfeld fue la más reciente en prohibir el burkini en su alberca pública. Peter Terzer, un concejal de la ciudad y miembro del Partido Libertad austriaco antiinmigrante y antimusulmán, afirmó que el burkini es “insalubre”. Esto hubiera sido difícil de creer, si no hubiera pasado ya en junio, cuando la ciudad alemana de Neutraubling impuso una prohibición similar, también citando miedos higiénicos.

Los alcaldes de ambas ciudades defendieron rotundamente las prohibiciones, citando quejas de nadadores y miedos de que los burkinis en el área de la alberca pudieran ensuciar las aguas. Los burkinis también han sido prohibidos en partes de Francia, Italia y Marruecos.

Shabana Mir, una musulmana nacida en Londres que enseña antropología cultural en el Colegio Islámico Americano en Chicago, dice que ella encuentra risible el argumento de la higiene, ya que los burkinis están hechos de telas comunes de trajes de baño y cubren la mayoría del cuerpo, lo cual presumiblemente reduciría el contacto directo con el agua y otros nadadores. Ella señaló en un artículo en línea: “El burkini mortal o ¿qué es exactamente un ‘traje de baño islámico’?” que “es en extremo injusto y sexista exigir a las mujeres que se vistan con semejantes atuendos” como los bikinis o los trajes de una pieza si las hace sentir expuestas en demasía.

Las represiones al burkini hacen eco de la resistencia al bikini, inicialmente prohibido a lo largo de la costa de Francia, así como en Italia, Bélgica, España, Portugal, Australia y partes de Estados Unidos, y finalmente denunciado por el papa Pío XII en la década de 1950 como pecaminoso.

Este verano, la ministra de los derechos de las mujeres de Francia, Laurence Rossignol, condenó a los minoristas como M&S y a marcas de lujo como DKNY y Dolce & Gabbana por ofrecer trajes de baño de cobertura completa y glamorosa alta costura islámica de pies a cabeza. Ella dijo que no son “socialmente responsables” y promueven “la reclusión de los cuerpos de las mujeres”.

Cuando la entrevistadora señaló que algunas mujeres eligen cubrirse, ella vinculó a las musulmanas que usan burkinis con los “negros estadounidenses que favorecen la esclavitud”. Los comentarios de la ministra suscitaron demandas de su renuncia. Rossignol luego se disculpó por usar la palabra “negro”, pero ha mantenido su postura.

Es muy poco probable que la fanfarronería tenga mucho efecto, porque —¡bum!— matemáticas. La moda islámica es uno de los nichos más ardientes de la alta costura, y se espera que el gasto se dispare en aproximadamente 82 por ciento de 2013 a 2019, alcanzando 484 000 millones de dólares, según la investigadora DinarStandard.

Mir, quien no usa un burkini —más bien favorece algo parecido a un traje de surfeo femenino— está en desacuerdo con la idea de que una musulmana usando un burkini sea diferente de una monja usando un hábito o una mujer usando tacones altos. Con la excepción de las mujeres a quienes se les obliga a usar prendas musulmanas contra su voluntad (lo cual ella dice que es poco islámico), todo se trata de una elección personal. “Yo tengo que ir a trabajar usando esta ropa incómoda, ¡pero es nuestra cultura!”, dice, y añade que ella creció vistiendo un burka, pero ahora usa un atuendo típico de negocios para trabajar, como muchas estadounidenses. “Alguien más usa tacones altos; ellas lo aceptan. Es incómodo. Es doloroso. Es costoso… La gente puede verlo fácilmente como ofensivo y opresivo… Decir que el burkini limita la libertad de una mujer es olvidar que la libertad se trata, antes que nada, de elegir”.

¿El burkini significa una pérdida de libertad? Newsweek contactó a la inventora del burkini para averiguarlo. Aheda Zanetti, una musulmana libanesa quien vive en Bankstown, Australia, dice que empezó a trabajar en diseños para el burkini después de ver a su sobrina de 11 años batallando para jugar deportes en un hiyab, o velo para la cabeza, largo y suelto. “Ella se veía como un tomate, su cara estaba tan roja por usar toda esa ropa”, recuerda.

Así que buscó trajes de baño musulmanes y atuendos deportivos en línea y no halló nada. “Me percaté de que realmente no nadábamos o jugábamos deportes cuando yo crecí, no porque no quisiéramos hacerlo sino porque ¡simplemente no teníamos la ropa!”, dice. “Así que nunca disfrutamos realmente de la vida veraniega, el estilo de vida deportivo que Australia ofrece”.

Ella lanzó su compañía, Ahiida Burqini Swimwear, hace 12 años. “La gente se volvió absolutamente loca —dice—. No estaba preparada para ello. Ahora tenemos ventas por todo el mundo, y cada vez que lo prohíben, la gente simplemente los compra más”.

Zanetti dice que ella y sus dos hijas adolescentes usan burkinis, pero de 35 a 45 por ciento de su mercado es no musulmán. “Tengo mucha gente a quien le gusta porque quieren protección UV o prefieren cubrirse más a sí mismas”, manifiesta. “No a todas nos gusta estar desnudas. En cuanto a las musulmanas, ¡usar ropa cómoda y flexible no es algo a lo que estemos acostumbradas! Ahora tenemos mujeres musulmanas compitiendo en natación y maratones y cobrando mucha más confianza”.

Dicho esto, Zanetti tiene sus detractores. “Un hombre italiano me escribió para decir: ‘Disfruto de ver mujeres en bikini, ¿por qué nos hace esto?’ Y yo le respondí: ‘¡Use su imaginación!’”.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek