A partir de 1994, el Presidente
de la Asamblea General de la ONU comenzó a hacer un solemne llamamiento para la
observancia de una tregua durante los Juegos Olímpicos. Desde 2006, la
apelación se hizo también para los Juegos Paralímpicos. Es decir, cada dos
años, antes del inicio de cualquiera de las gestas deportivas.
La
Tregua Olímpica, así, con mayúsculas, viene de la tradición griega de la
ekecheiria, que data del siglo VIII antes de Cristo, como principio sagrado de
los Juegos Olímpicos. Todos los conflictos cesaban durante la tregua, que
comenzaba siete días antes de la apertura y finalizaba siete días después, para
garantizar que los atletas, los artistas, las familias y el público en general,
llegaran con bien a sus lugares de origen.
En la época actual la tregua constituye el mejor
ejemplo de un puente entre esa vieja y sabia tradición y el propósito más
importante de las Naciones Unidas: el mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales.
Las ONU ha hecho muchos intentos por llevar la
paz y la estabilidad a las regiones del mundo en conflicto. Es probable que el
objetivo sea en verdad difícil de alcanzar, la tregua olímpica, en el mejor de
los escenarios, podría dar un respiro al mundo plagado de violencia. Ese es el
mensaje que manda.
Teniendo
en cuenta los objetivos comunes, en 1998 el Comité Olímpico Internacional
decidió enarbolar la bandera de las Naciones Unidas en todos los lugares donde
se celebren competiciones de los Juegos Olímpicos.
Por
desgracia no siempre se logra tan meritorio objetivo, de hecho se han utilizado
las Juegos Olímpcios para fines contrarios: en Múnich (1972), 11 miembros del
equipo olímpico israelí fueron tomados como rehenes y asesinados por un comando
del grupo terrorista de la Organización para la Liberación de Palestina. En 1996,
en Atlanta Estados Unidos, explotó una bomba en el Parque Olímpico Centenario,
que mató a un espectador y dejó 11 heridos. Que Río
transcurra en paz.