“Me deprime aparecer en público”

Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) ha recorrido prácticamente todos los caminos de las letras: es periodista y editora, amén de una novel autora que en otras circunstancias podría haber pasado inadvertida en el panorama literario mexicano, tan empobrecido en los últimos tiempos, y sin embargo hoy tiene con qué defenderse. No es vano, pretencioso o fútil asegurar que con tan sólo 33 años y dos libros publicados, Melchor se perfila como una notable promesa de la narrativa nacional en tanto es poseedora de una voz auténtica y original, algo tan necesario y olvidado en la narrativa mexicana actual.

—Si algo nos demuestra tu segunda novela, Falsa liebre, es que la exposición de la violencia en la narrativa mexicana de ninguna manera puede ser gratuita o apegada a tendencias, pues cada acción que ahí se desarrolla, por muy violenta que sea, está justificada. Sin embargo, ¿en algún momento pensaste que se te podía catalogar como una escritora mexicana que recurre al fenómeno de la violencia en el país para escribir, impactar y vender?

—No fue algo que me preocupara mientras escribía la novela. Realmente, en ese entonces, me interesaba más que la historia resultara coherente, que la escritura fuera decorosa y que los sentimientos de los que se habla en la novela fueran abordados de una forma honesta y sincera.

—Esto último podría ser una receta para escribir una buena novela…

—Creo que el asunto de ser catalogada me pesa más ahora que ya tengo un par de libros publicados, pero tampoco puedo conflictuarme por ello. Al final uno escribe lo que quiere, pero también lo que puede, y por el momento lo que me interesa es indagar a través de la literatura cómo hemos llegado al punto en el que estamos, y eso para mí significa, necesariamente, tocar el asunto de la violencia.

—Tu caso rompe con los paradigmas a los que estamos acostumbrados en el medio editorial: eres una de las autoras mexicanas más jóvenes del momento y, sin embargo, ya se habla de ti y se conoce tu narrativa, a pesar de no contar con excesivas promociones donde se exhibe al autor, pero no su obra, y mucho menos la crítica que se le hace a esta.

—A mí me gusta pensar que a mis libros les ha ido bien gracias al trabajo que he invertido en ellos. Y que si están siendo leídos es porque los lectores encuentran algo con lo que se pueden identificar, alguna especie de verdad que entre todos compartimos; sinceramente, no creo tener otro tipo de talentos, menos publicísticos: balbuceo incoherencias cuando me entrevistan sobre lo que escribo, evito tocar temas coyunturales porque no considero que mis opiniones sean importantes y, para colmo, nunca salgo bien en las fotos.

—¿Le huyes al éxito literario?

—Cada vez me deprime más aparecer en público, y sin embargo parece ser que no hay otra forma de vender libros en México, así que lo hago, pero la verdad es que me gustaría ser juzgada únicamente por mis textos. En realidad, si te pones a pensarlo, ¿qué es el éxito literario?, ¿vender decenas de miles de ejemplares, ser traducido a idiomas occidentales, salir en la televisión y que la gente que no lee conozca tu nombre, ganar un premio en España? Yo apenas tengo un par de libros, un puñado de reseñas entusiastas y aparecí en la lista de promesas mexicanas a olvidar, sería ridículo envanecerse por estar parada en semejante “ladrillito”. Lo que tengo que hacer es seguir trabajando.

—¿Quién es Fernanda Melchor?

—Alguien a quien le gusta leer y contar historias.

—¿Piensas que la literatura escrita por mujeres se encasilla en los mismos tópicos de siempre: los problemas con el marido, los hijos, la amante, la cursilería como un remedio para el desamor, la cocina, las clases de yoga y la hora del café en cualquier cafetería de Polanco o de la Condesa, la victimización narrativa de la mujer, etcétera, tal y como ocurre con escritoras que son mayores que tú y que tienden a ver el mundo desde esas perspectivas frívolas?

—Supongo que hay editoriales y grupos a quienes les conviene encasillar determinadas propuestas literarias hechas por mujeres, y que incluso hay autoras que permiten que su trabajo sea tipificado y etiquetado para su venta como un producto “de y para” mujeres. Sin embargo, no creo que exista una única forma de escribir siendo mujer, ni creo que deban existir unos temas exclusivos para las autoras. Si bien es cierto que no puedo deslindar mi trabajo de quien soy y del lugar en el mundo que me ha tocado ocupar, me gustaría gozar del mismo derecho que cualquier autor para expresarme.

—¿Cuánto tiempo te llevó escribir Falsa liebre?

—Escribirla fue un viacrucis. Como toda primera novela, tiene una historia larga y tortuosa que se remonta a la época en que comencé a escribir y publicar cuentos, por ahí del año 2000.

—¿Por qué una novela?

—Siempre quise escribir una novela porque de todas las formas literarias que existen es el género que más me gusta, fascina y emociona, y para mí era una especie de prueba de fuego. Tardé mucho en decidirme a escribirla porque no tenía las herramientas necesarias para llevar a cabo la escritura de una novela y porque no tenía disciplina, hasta que en 2011 me decidí y renuncié a todo para emprender el proyecto. Tardé un año en terminar el primer borrador, y luego pasé medio año más corrigiéndola, y yo creo que seguiría reescribiéndola si la editorial Almadía no se hubiera interesado en publicarla.

—¿Cómo son tus procesos de escritura?

—Son mucho más caóticos de lo que me gustaría aceptar. La mayor parte de las veces escribo con una idea en la cabeza, pero sin saber adónde carajo me estoy dirigiendo, y sólo después de determinado tiempo las cosas cobran sentido y puedo encontrar algo de orden en ese caos y seleccionar algo de lo escrito. Todo este proceso se repite incesantemente, hasta que encuentro una forma, un esquema organizador que me parezca el más adecuado y que domina el tiempo suficiente para cerrar el texto.

—¿Los autores que frecuentas en estos momentos?

—Ahora con lo del Nobel y todo ese borlote me puse a leer Voces de Chernobil (1997), y lo encuentro fascinante y estremecedor. Últimamente he estado leyendo mucha literatura de no ficción: novelización de hechos reales, crónica, reportajes literarios, y es curioso porque nunca antes me había preocupado por leer tanto periodismo narrativo. Ni siquiera cuando escribía periodismo. Los últimos tres libros que disfruté mucho fueron Señas particulares (2002) de Josefina Estrada; Diario de una madre mutilada (2012) de Esther Hernández Palacios, y Plata quemada (1997) (una maravilla) de Ricardo Piglia.

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