¿Quieres conocer un secreto que no es secreto?

Al fin se sabe la verdad sobre los dos últimos secretarios de Estado republicanos: los asistentes de Colin Powell y Condoleezza Rice traficaron la información clasificada de sus cuentas de correo personales. ¡Es un escándalo enorme!

Ah, espera. No, no lo es.

La noticia sobre Powell y Rice no tiene mayor relevancia que la de establecer una conversación racional (al fin) sobre el falso embrollo del “email-gate” de Hillary Clinton. Tal vez ahora los partisanos de los dos frentes estén más dispuestos a escuchar los hechos. Desde el principio, el “escándalo” de que Clinton usó una cuenta de correo personal cuando era secretaria de Estado —incluyendo el hallazgo de que en ella tenía algunos documentos que, retroactivamente, se consideraron clasificados— ha sido una insignificancia perpetuada con fines partidistas, con informes diseminados por los republicanos en un intento de engañar, o por pura ignorancia. Los comentaristas conservadores han despotricado, los candidatos presidenciales explotan el tema con descerebradas declaraciones, y algunos políticos han proclamado que Clinton debería parar en la cárcel por mal manejo de información clasificada. Las estupideces son interminables, y los intentos para ver más allá de la hipocresía han sido inútiles.

Sin embargo, los asistentes de Powell y Rice no hicieron algo malo (me centraré en ellos para que los partisanos que insisten en que Clinton violó la ley se vean obligados a atacar también a los republicanos). Empecemos con esto: como todos los secretarios de Estado modernos, Powell y Rice tenían, al menos, dos cuentas de correo electrónico, una personal y otra para comunicaciones designadas como altamente clasificadas. Para la información clasificada, ambos —y los asistentes con la autorización necesaria— tenían una instalación compartimentada para información sensible, o SCIF. Casi todos los funcionarios de alto nivel que manejan información clasificada tienen una SCIF en sus oficinas o casas.

No son simples oficinas adicionales con un cerrojo especial. Cada SCIF se construye siguiendo reglas complejas que imponen las comunidades de inteligencia y defensa, para garantizar que ningún miembro del personal no autorizado pueda acceder a la habitación; y la SCIF no es susceptible de jaqueo o escuchas electrónicas. Además, un equipo de vigilancia técnica (TSCM) investiga el área o la actividad para asegurar que todas las comunicaciones estén protegidas contra vigilancia exterior y no puedan ser interceptadas.

Casi todas las SCIF permanentes cuentan con seguridad física y técnica, llamada TEMPEST. La instalación está vigilada y operando 24 horas al día, los siete días de la semana; todos los funcionarios del personal SCIF deben tener el máximo nivel de autorización de seguridad. Se supone que debe haber suficiente personal presente, continuamente, para observar las puertas de salidas primaria, secundaria y de emergencia de la SCIF. Y cada SCIF debe aplicar una separación fundamental rojo-negro para evitar la transmisión inadvertida de datos clasificados por línea telefónica, eléctrica o de señal.

Podría escribir miles de palabras explicando las medidas de seguridad extraordinarias que se utilizan en una SCIF. Y todo ello ha sido diseñado para proteger la confidencialidad de los correos y las comunicaciones que se designan como clasificadas al momento de la transmisión.

Además del sistema de correo clasificado que usan las SCIF, existen las cuentas de correo personales. Antes de 2013, podía tratarse de cuentas dentro del sistema relativamente inseguro del Departamento de Estado o bien, de cuentas de correo privadas. Si son privadas —albergadas en un servidor comercial o personal— tienen que seguir ciertas reglas definidas por el Registro Federal. No hay guardias, ni procedimientos rojo-negro, ni reglas de construcción, ni habitaciones especiales, ni TEMPEST, ni TSCM. Y lo más importante: hasta 2013 no existía una regla que prohibiera usarlas. De hecho, las reglas permitían su uso, específicamente. Consulta la sección pertinente en el Código de Regulaciones Federales (36 CFR Capítulo XII, Subcapítulo B, sección 1236.22b), donde podrás ver los reglamentos respecto del uso de cuentas de correo personal para cualquier funcionario del Departamento de Estado.

Para darte una idea de lo inseguras que pueden ser esas comunicaciones, el correo personal de Powell era una cuenta AOL, y la usaba desde una laptop para comunicarse con funcionarios y embajadores extranjeros, a menos de que la información calificara para SCIF (Clinton sólo envió un correo a un dignatario extranjero desde su cuenta personal; y mayormente, sus comunicaciones con embajadores eran vía telefónica).

Así que, ¿acaso los asistentes de Powell y Rice violaron las reglas que rigen la información clasificada, ya que hace poco el personal de la Ley de Libertad de Información (FOIA) determinó que algunos de sus correos personales de hace años contienen material secreto de alto nivel? Pues no. Las reglas acerca del manejo de información clasificada sólo aplican a las comunicaciones consideradas secretas en aquel momento. Si unos documentos estaban clasificados, y no se manejaron en SCIF cuando fueron creados o transmitidos inicialmente, pero tiempo después se consideran secretos, entonces esa información es nueva; y la manera como el expediente se haya manejado en el pasado es irrelevante.

También hay una diferencia enorme entre el hecho de que un secretario de Estado envíe un correo a un integrante del Departamento, y hacer público dicho correo. En pocas palabras, como sabe cualquiera que haya leído una solicitud de la FOIA, no todos los correos y documentos pueden entregarse libremente, aun cuando, originalmente, no se consideraran tan confidenciales que requirieran procedimientos SCIF. El tipo de documento del Departamento de Estado que puede divulgarse es decisión del personal de la FOIA en el Departamento de Estado y, en caso necesario, de los funcionarios que tengan las mismas responsabilidades en la comunidad de inteligencia. De hecho, todo este asunto de los correos de cada secretario de Estado se refiere a cuáles pueden divulgarse bajo las condiciones de la FOIA. Los que están indignados por la (falsa) creencia de que los asistentes de Powell y Rice violaron la ley están creando un mundo de fantasía donde cada correo oficial, no obstante su contenido, debe pasar por SCIF en caso de que el personal de la FOIA determine, en algún momento futuro y aplicando otros estándares, que la información del correo no debe divulgarse al público bajo una petición de la FOIA por motivos de clasificación. Debido al complicado procedimiento de utilizar una SCIF, eso obligaría al secretario de Estado a pasar mucho tiempo sentado dentro de una caja cerrada, enviando correos cuyo contenido aún no ha sido designado como información secreta; y todo sólo para evitar angustias partidistas en la eventualidad de que el personal de la FOIA decida, retroactivamente, que no deben divulgarse al público por consideraciones de clasificación.

Lo cual nos lleva al siguiente tema más importante a tratar: la clasificación. Los miembros del Congreso deberían saber (y quizá ya saben) esto, pero parece que el público no está enterado. El hecho de que el personal de la FOIA determine que un documento es del máximo secreto, no significa que contenga información importante (es bien sabido que, incluso al crear un documento, el gobierno sobreclasifica información, lo que significa que las comunicaciones se consideran secretas aunque no tienen que serlo, pero eso es otro asunto). Se supone que el personal de la FOIA debe ser extracuidadoso al divulgar un documento al público. Como mencioné en otro artículo, por eso cualquiera que quiera obtener un documento tiene que presentar múltiples solicitudes de la FOIA para dicha información, porque un empleado podría considerar secreta una cosa y otro la entrega sin el menor empacho. Es más, si alguien presentara una solicitud de la FOIA por cada correo que el Departamento de Estado ha enviado a través de un sistema que no tenga las protecciones extremas utilizadas para información clasificada como de máximo secreto al momento de crearla, seguramente el personal de la FOIA clasificaría muchos de los correos y denegaría la solicitud.

Además, Powell y Rice tenían la autoridad (otorgada por el presidente George W. Bush mediante una orden ejecutiva) para clasificar y desclasificar cualquier documento creado por el Departamento de Estado. De modo que si alguno de ellos recibió un correo de otra agencia, el cual contenía información que no pasó por SCIF, pudo haber declarado que no necesitaba ser secreto y enviarlo a cualquier que le viniera en gana.

En otras palabras, sólo porque años después el personal de la FOIA clasificó los correos que enviaron los asistentes de Powell y Rice, no significa que esos expedientes contengan joyas de inteligencia crítica. De hecho, casi todos son bastante inocentes. He visto correos de “máximo secreto” que contenían nada más que un artículo noticioso recién publicado (Associated Press ha informado que uno de los correos “secretos” de Clinton contiene un artículo de AP).

Luego tenemos el asunto de los servidores. ¿Dónde tenían sus servidores Powell y Rice? ¿Quién sabe y a quién le importa? Quizás eran privados, con seguridad especial y sin acceso público. O tal vez era un servidor AOL. Como haya sido, debieron estar tan expuestos al jaqueo como los servidores del Departamento de Estado. De hecho, el sistema general de correos del Departamento de Estado ha sido jaqueado numerosas veces; sólo en 2006 descargaron ilegalmente varios terabytes de información. Hasta ahora no hay indicio de que las cuentas de correo del personal de Powell o Rice se vieran comprometidas.

Es posible que Powell cometiera un error en todo esto. Ha dicho que nunca respaldó ni imprimió sus correos; eso era necesario para cumplir con algunas de las reglas de conservación que detalla el Registro Federal. Por supuesto, eso no significa que no puedan recuperarse porque el personal de la FOIA está revisando sus correos en este momento.

En resumidas cuentas: los demócratas tratarán de hacer un escándalo con las revelaciones de las cuentas de correo que usó el personal de Powell y Rice. Publicarán declaraciones de prensa condenando a los exsecretarios de Estado; convocarán a infinidad de audiencias congresistas innecesarias; acudirán a la prensa y, confiadamente, proclamarán que esos honorables republicanos cometieron crímenes. Pero todo será mentira. Powell y Rice no hicieron nada malo. Sólo los ignorantes o los partidistas embusteros podrían considerar que esto es un escándalo.

Así que no hay un escándalo de correos con Powell o Rice. Y sin duda, eso enfurecerá a los republicanos que se empeñan en engañar a la gente haciéndola creer que Clinton cometió un crimen cuando hizo exactamente lo mismo que sus predecesores.