“Ellos tienen una mirada que los hace parecer poseídos”, dice Amira, quien fue mantenida en cautiverio durante varios años por los combatientes de Boko Haram. “Incluso beben la sangre de las personas a las que han matado”, añade, usando sus manos para llevar un cuenco imaginario de sangre a su boca.
Amira está a la mitad de su quinta década de vida, y los signos de una vida de duro trabajo agrícola surcan su cara y sus manos (pidió a Newsweek que la identificara únicamente por el seudónimo de Amira porque teme sufrir represalias). Inclinándose hacia delante en su silla de plástico en la modesta oficina administrativa de un campo de desplazados internos, describe cómo los jóvenes combatientes de Boko Haram saquean las comunidades, violan a las mujeres y matan en una escala no vista en Nigeria desde la guerra civil del país en la década de 1960.
Hace unos tres años, Amira huyó de Michika, una ciudad en el norte del estado de Adamawa. La zona es una de las más afectadas por la insurgencia islamista, que ha matado a más de 30 000 personas y desplazado a aproximadamente 2.2 millones en poco más de seis años. En la noche, las familias se dispersan y se separan mientras huyen por sus vidas. Amira perdió la pista de sus tres hijos, y teme que al menos uno de ellos haya muerto esa noche. Ya había perdido a su marido a manos de Boko Haram.
Cuando se encontró con un grupo de hombres uniformados en el bosque supuso que eran militares. “Confié en ellos cuando me dijeron que los siguiera”. Pronto se dio cuenta de que no eran soldados. “Trataron de tomar mis cosas, y me negué”, dice Amira. “Un hombre me golpeó, y yo lo golpeé en la cara. Él me golpeó en la cabeza; mira, todavía se ve un poco la cicatriz”, dice mientras se quita la tela con la que cubre su cabeza y deshace sus trenzas para mostrar la cicatriz desvanecida en el cuero cabelludo. “Uno de los vigías vio que me golpeaban y bajó de su puesto para decirles que se detuvieran. El vigía incluso me aplicó ungüento en el cabello para ayudar a detener la hemorragia. Los hombres que intentaron robarme se lo llevaron y lo mataron. Me hicieron ver cómo lo asesinaban”.
Amira también miró impotente cómo su hermano más joven, que se negó a unirse a Boko Haram cuando fue capturado, “fue asesinado a machetazos”. Ella pasó los siguientes años como prisionera, obligada a hacer mandados para los insurgentes y a dar mantenimiento a sus campamentos, mientras era transportada por todo el país en tanto los combatientes huían de los militares y aterrorizaban las comunidades en el noreste de Nigeria. Vio a cientos de personas asesinadas a machetazos cuando Boko Haram arrasaba los pueblos del noreste de Nigeria.
Amira es una de las miles de mujeres que han sido secuestradas por Boko Haram. Dice que era “demasiado vieja para ser una esposa”, pero la mayoría de las mujeres secuestradas fueron entregadas a los combatientes como supuestas esposas y violadas en repetidas ocasiones. El grupo también ha utilizado niñas y mujeres como atacantes suicidas en más de 90 casos. Ningún otro grupo insurgente de la historia ha utilizado mujeres y niñas de una forma tan abusiva y depredadora, y de manera tan sistemática, como Mia Bloom y yo informamos en un documento que aparecerá próximamente en Prism, el diario en línea del Centro de Operaciones Complejas. Aunque el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, declaró en diciembre que Boko Haram había sido “técnicamente” derrotado, a los sobrevivientes como Amira les tomará muchos años volver a cualquier tipo de vida normal.
Para algunos hombres de Boko Haram, la participación en la insurgencia se trata “sobre todo del poder y el acceso a las mujeres”, dice Kyari Mohammed, director del Centro de Paz y Seguridad de la Universidad Tecnológica de Modibbo Adama Universidad en Yola. “Uno puede tomar a la mujer de cualquiera, y ella pasa a ser suya”, dice, y añade que en una región con pocas oportunidades económicas que permitirían que un joven corteje y mantenga a una esposa, el acceso a las mujeres tiene un atractivo particularmente fuerte. Un hombre que vivió en una zona bajo el control de Boko Haram durante unos meses sugiere que el 60 por ciento de la “población total de Boko Haram es de sexo femenino”, y señala que muchos de los soldados de a pie tienen varias esposas. Otro hombre relata cómo Boko Haram allanó viviendas en su comunidad, secuestró varias mujeres y “arrojó 5000 nairas [unos 25 dólares] en el suelo como pago por la novia”.
Amnistía Internacional calculó el año pasado que los militantes habían secuestrado al menos 2000 mujeres y niñas, pero la cifra real puede ser mucho mayor. El representante especial del secretario general de la ONU sobre violencia sexual, Zainab Hawa Bangura, dijo que la violencia sexual perpetrada el año pasado por Boko Haram “no era meramente incidental, sino un elemento integral de su estrategia de dominación y autoperpetuación”.
Human Rights Watch registró el relato de una niña secuestrada durante un mes de 2013 quien dijo a los investigadores que, “después de ser declarados marido y mujer, él me ordenó vivir en su cueva, pero siempre me las arreglé para evitarlo. Pronto comenzó a amenazarme con un cuchillo para tener sexo, y como aún me negaba, sacó su pistola y me advirtió que me mataría si gritaba. Entonces empezó a violarme todas las noches. Él era un hombre muy grande de más de 30 años, y yo nunca había tenido relaciones sexuales antes. Fue muy doloroso, y lloré amargamente porque estaba sangrando”. La niña tenía sólo 15 años en ese momento. Según Human Rights Watch, han surgido algunos informes que indican que los militantes rezan antes de violar a las mujeres y las niñas, creyendo que los hijos nacidos de estas uniones continuarán la Yihad. Las mujeres que llevan a término estos embarazos enfrentan la violencia y el ostracismo de sus comunidades.
De acuerdo con Amira, las mujeres cautivas son obligadas a cubrirse y observar una versión extrema de la idea islámica del aislamiento, o purdah. Amira, que es musulmana, recuerda que todas las mujeres secuestradas fueron obligadas a aprender al menos unas pocas líneas del Corán. Poco después de su secuestro, recuerda Amira, los insurgentes “nos hicieron recitar los artículos de la fe musulmana”, y mataron a algunas de las mujeres que no pudieron hacerlo.
CONTRAATACANDO: Soldados chadianos patrullan en Malam Fatori, en el noreste de Nigeria, que fue recuperada de los militantes islamistas de Boko Haram por las tropas de la vecina Chad y Níger. FOTO: PHILIPPE DESMAZES/AFP
DE VÍCTIMA A VICTIMARIO
Algunas de las mujeres capturadas por Boko Haram han tomado las armas. De acuerdo con Amira, las cautivas a menudo son castigadas por las jóvenes conocidas como niñas Chibok. El nombre se refiere al secuestro de más de 200 escolares de la ciudad de Chibok, perpetrado por Boko Haram hace casi dos años. La BBC informó en 2015 que durante los ataques a las aldeas “las personas eran atadas y tiradas al suelo, y las chicas se hacían cargo a partir de allí… las chicas Chibok las degollaban”. No hay pruebas de que estas chicas hayan sido en realidad las colegialas secuestradas en Chibok, pero al pretender que han convertido a las colegialas de Chibok en asesinas a sangre fría, Boko Haram promueve su campaña de terror psicológico. Amira dice que las llamadas niñas Chibok en los campos de los insurgentes “fueron entrenadas como soldados y se les entregaron armas… si alguna de ellas era obstinada y se negaba, podían matarla”, explica. Cuando se le preguntó si alguna vez vio a las niñas Chibok matar a alguien, ella asiente enfáticamente.
De acuerdo con informes de personas que escaparon de Boko Haram, muchas de las mujeres secuestradas han sido sometidas a un adoctrinamiento y obligadas a tomar parte en actos de extrema violencia. Un soldado al que conocí en un campo de tránsito para personas desplazadas en el interior del país dijo caballerosamente: “Hay mujeres combatientes en Boko Haram; hay combatientes con armas y muchas terroristas suicidas”. El uso de Boko Haram de bombarderas suicidas tiene una escala sin precedentes. Los Tigres Tamiles de Sri Lanka, conocidos por utilizar atacantes femeninas, llevaron a cabo 46 atentados suicidas realizados por mujeres durante más de diez años en la década de 1990. Boko Haram ha llevado a cabo más de 90 ataques de este tipo en poco más de un año y medio, en gran medida contra objetivos de baja peligrosidad, como los mercados. Cuando se le preguntó si había visto a alguna niña utilizada como bombardera suicida, Amira simplemente asintió con la cabeza, extrañamente tranquila. Si bien es posible que algunas de las mujeres combatientes de Boko Haram se hayan unido por su propia voluntad, la mayoría de las mujeres suicidas sobre las que se ha informado han sido descritas como mujeres jóvenes que, al igual que otros niños soldados, serían considerados víctimas y victimarias a la vez. Un hombre en Yola agitó la mano en el aire, insistiendo: “¡Son demasiado jóvenes! Ya sabes, no son más que niñas. No saben lo que están haciendo”.
Amira calcula que Boko Haram la mantuvo cautiva durante varios años, aunque era difícil para ella mantener la noción del tiempo. Escapar era su objetivo constante, pero el castigo por tratar de huir era la muerte.
El momento que había estado esperando por fin llegó el año pasado. Amira escuchó los sonidos de las fuerzas de seguridad de Nigeria y pudo correr hacia un claro en el bosque, haciendo señas a los soldados. Saltando de su silla, ella agita sus brazos violentamente para mostrar cómo le hizo señas a sus rescatadores. Hoy vive en un campo de desplazados internos en Yola, donde las mujeres superan en número a los hombres por un amplio margen.
Las mujeres y los niños dominan los campos, yendo y viniendo entre las tiendas de campaña, atendiendo la cocina común o, simplemente, descansando debajo de los árboles en los patios del campo. Las mujeres a menudo son responsables de brindar apoyo a los niños huérfanos; en otro campo de desplazados situado en Mubi, en el norte de Adamawa, una mujer sentada fuera de una pequeña tienda de campaña con dos bebés en su regazo me dice que sólo uno de los niños es de ella. “Mientras huíamos de Boko Haram, vi que una madre dejó caer a su hija —dice—. La recogí, y ahora los cuido a los dos”.
Si desean volver a casa, las mujeres como Amira enfrentan numerosos retos. Sus casas pueden haber sido robadas o quemadas hasta sus cimientos, ya sea por Boko Haram o por los militares de Nigeria en un intento de evitar el saqueo. La gran mayoría de las mujeres eran agricultoras de subsistencia antes de huir; para muchas de ellas que ahora son viudas, el trabajo de preparación, siembra y cosecha de sus campos será difícil. Lo que es peor, hay informes de mujeres a las que se les niega el acceso a la tierra y que son rechazadas en sus comunidades por ser viudas. El rechazo es todavía más común para las mujeres que han sido embarazadas por la fuerza por los combatientes de Boko Haram o de las que se sospecha que sus familiares simpatizan con la insurgencia o forman parte de ella. La tierra en Nigeria está sujeta a sistemas de tenencia superpuestos y contradictorios e, incluso, en algunas partes a la ley Sharia del país, generando un pantano legal sin recursos para las mujeres.
Por ahora, Amira está feliz de ver a personas que no tratan de violarla o matarla. Avisos colocados en las oficinas les recuerdan a los trabajadores humanitarios del campo acerca de la importancia de luchar contra el estigma de la asociación con Boko Haram al escuchar las historias de aquellos que sobrevivieron y dan testimonio de lo que tuvieron que soportar. Amira no sabe lo que le depara el futuro. No está segura de si quiere volver a Michika siendo viuda, sin ninguna forma de ganarse la vida. Sólo está segura de una cosa: “Quiero encontrar a mis hijos”.