El teatro de la ópera de Omán es un espectáculo deslumbrante
de noche. Estoy parada en un lado de una extensión inmaculada de mármol blanco.
Cruzando la plaza, hay un edificio sacado de unas Mil y una noches modernas, con blanquísimos arcos y pisos de piedra
caliza y estuco iluminados. Flores perfuman el aire, la luna brilla; el
escenario, pareciera decir todo esto, está puesto para una moche mágica. Me uno
a las multitudes que se dirigen a las entradas iluminadas de forma atrayente:
una para hombres, otra para mujeres, pero nos mezclamos en el interior. Los
omaníes, los hombres vestidos con la tradicional túnica dishdasha blanca y turbante muzzar
y las mujeres en abayas negras con
adornos ostentosos, se mezclan con aficionados a la ópera en ropas occidentales:
“trajes o esmoquin para los hombres y vestidos conservadores por debajo de la
rodilla para las mujeres”, exige el código de vestimenta. En el programa de hoy
está La Cenerentola, de Rossini,
ópera basada en el cuento de hadas de la Cenicienta, interpretada por la
prestigiosa Ópera Estatal de Baviera. El auditorio para 1,100 personas está
casi lleno.
El Teatro Real de la Ópera de Mascate se inauguró en 2011, la
primera sala de su tipo en la región del Golfo. Comisionado por el Sultán
Qaboos bin Said, el popular gobernante absoluto de Omán, fue de cierta manera
un proyecto favorito; el sultán es conocido por su amor por la música clásica.
Pero también es un símbolo de estatus que marca el surgimiento de un Omán
moderno, una sociedad otrora desposeída que se ha transformado en décadas
recientes por la inversión de las rentas petroleras, y la cual espera recibir
más visitantes de sus costas.
“Cuando lo pasamos en auto la primera vez, pensamos que era
un palacio”, dice Angela Brower, la mezzosoprano estadounidense que estelarizó
la producción bávara. “¿No es fortuito que esté aquí? Pero el edificio es una
pieza de arte en sí, y sirve como un puente hermoso entre las culturas”.
Históricamente una nación comerciante, Omán siempre ha mirado
hacia el exterior. De muchas maneras se diferencia de sus vecinos: pacífica,
dejándole los extremistas a Yemen; tolerante, alejándose de las estrictas leyes
religiosas de Arabia Saudí, y con mucha confianza en sí misma, sin necesidad de
seguir el comportamiento de más grande, más alto y más ostentoso de Dubái. La
hospitalidad es uno de los puntos fuertes de Omán: doquiera que voy, me ofrecen
café fuerte y dátiles dulces, o una bebida de limón y menta para apagar la sed.
La gente está ansiosa por compartir la historia y cultura de su país,
aconsejándome que visite la costa rocosa y los ricamente verdes uadis del desierto, o que explore los
muchos fuertes históricos. Mi chofer señala todos los sitios de la capital,
incluida la Gran Mezquita de 2001, un edificio hermoso de arenisca blanca, con
espacio para 20,000 fieles.
La producción de la Ópera Estatal de Baviera es un clásico;
las actuaciones son de primera, y como lo revela una ojeada al folleto de la
temporada, la sala está atrayendo bailarines y músicos de primera línea, incluidos
la cantante Joyce DiDonato y el director Gustavo Dudamel.
“Los omaníes tienen razón de sentirse muy orgullosos de él”,
explica Scott Armstrong, editor de The
Times de Omán. “Es visto como una de las grandes contribuciones de Su
Majestad el Sultán a la cultura en la región”. Incluso Dubái trata de ponerse
al día: su teatro de la ópera diseñado por Zaha Hadid está programado para
inaugurarse en 2016. Mientras tanto, Mascate tiene a la vista un nuevo Museo
Nacional, el primer acuario del Golfo, un jardín botánico y, en el desierto, el
Museo Renacentista Omaní.
Omán tal vez sea un país “humilde, tranquilo”, como me dijo
un residente, pero ciertamente no está corto en personalidad o ambición. Una
Cenicienta que ha llegado al baile, quizá.
Guía de campo
Dónde hospedarse: El resort de cinco estrellas Shangri-La
Baar Al Jissah está cerca de la Antigua Mascate sobre un acantilado y da vistas
espectaculares.
Qué vestir: Omán es cálido; de noviembre a abril es la
temporada alta y fría. Mangas largas y pantalones muestran respeto a las
costumbres locales; use un velo en la Gran Mezquita.
Qué comer: El shuwa
es cordero, res o cabra cocinado lentamente en un horno excavado en la arena,
pero sólo se sirve en ocasiones especiales. De lo contrario, el pescado es a menudo
fresco, local y sabroso.